Señor, la admiración que siento hacia ti me deja boquiabierto. No consigo imaginar qué gozas tú cuando la gente te vapulea por los apretujones; una mujer que te toca la túnica y sientes que la fuerza curativa que irradias, fuerza inteligente, que sabe a quién debe curar, cure a esta mujer que, confiada en solo tocarte, su enfermedad crónica desaparecería y quedaría limpia. Eres tan compasivo, Señor, que no puedes pasar indiferente ante un caso de amargura. Y en este caso vuelves a dar tiempo para que vengan a decirte, vecinos y familiares de Jairo: no molestemos ya al Maestro, tu hija ha muerto. Así pudiste dar gloria a Dios con una nueva resurrección. ¡Qué ternura la tuya! Que no soportas a un padre con el corazón roto por la muerte de su hija, y le dices: No te preocupes, “basta que tengas fe”. Vuelve a aparecer la milagrosa palabra de la “fe”.
¿Por qué hoy que tenemos todos los datos, hoy que conocemos todos los hechos, todo tu poder y piedad por la gente que sufre, por qué le cuesta al mundo tanto creer? ¿Por qué ese misterio de que nadie supiera quien eras? Toda tu vida es un misterio. Había tantas virtudes en ti que era muy difícil dimensionar tu personalidad. Fue tanto lo que hiciste y dijiste, que no se puede digerir en tan poco tiempo. Imagino lo difícil que sería en aquellos días, reconocerte Hijo de Dios, cuando decías que las zorras tienen madriguera y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (Mt 8:20 )
Es un gran misterio, Señor, que tu santo Hijo tuviera que pasar por esto, vivir de la caridad. Nosotros sí merecemos que se nos bajen los humos y redomar nuestra soberbia, que a poquito que nos faltan saltamos, pero tu actitud fue envidiable, le digo al Señor Jesús; no cejaste ni por un instante en la pretensión de transformar los corazones, deseando y en muchos casos haciendo, que volvieran sus miradas a Dios: sin malicia ni rencores, ni hipocresía, con una mirada limpia y suplicante, reconociendo que en Dios reside su fortaleza. Ese deseo de transformar el mundo seguro que te quitaba el sueño.
Yo hoy sí que te digo: Señor, tu bondad ha calado en mí: no podré imitarte, pero sí seguirte; no podré dar gran cosa de mí, pero sí quererte; no podré convertir a muchos, pero a mí sí que me has convertido. Yo no le diré al olivo que se plante en el mar pero, permíteme Señor que crea en ti, que crea en tu poder, que crea en tu merecimiento. Yo no tengo a tu lado ningún merecimiento, pero confío en tu misericordia. Resucítame a mí también para que empiece a vivir en tu humildad y fortaleza Marcos 5, 22-25.27-30.33-38.40-43
Reflexión: