Este encuentro es básico para la unidad y la felicidad de la familia, pero vamos a empezar cuando el niño Jesús se quedó embelesado con los sacerdotes de Templo a los que también preguntaba y respondía.
Este niño, con doce años, tiene su capacidad de asombro al cien por cien y habiendo perdido el miedo a lo desconocido y desconocidos, no le importó quedarse solo y extasiado ante la majestuosidad del Templo. Para un niño de esa edad, educado en la fe en Dios, encontrarse en la casa de Dios debió ser de lo más sorprendente, si además quiso integrarse –aunque fuera momentáneamente en un grupo de letrados y doctores del Templo- fue todo ello razón más que suficiente para perder la noción de tiempo. Hasta tal punto que se olvidó de la caravana, de sus paisanos, sus posibles primos y amigos y lo más importante, de sus padres. Todo esto sin que nosotros podamos entender el sentimiento que le embargaba de sentirse, por encima de todo, Hijo de Dios. Si este sentimiento era para Él una fuerza interior determinante no es de extrañar que sucediera lo que sucedió.
Lo extraño para el común de los mortales, es que todo este periplo se alargara durante tres días (solo ante el peligro de lo desconocido), y que Él se quedara tan tranquilo cuando vio aparecer a sus padres y que para colmo se quedó sin entender el disgusto de su madre y les dijera: ¿No sabéis que yo he de ocuparme de las cosas de mi Padre? La santísima Virgen aun con mucho dolor en su corazón, seguramente recordó el anuncio del ángel, y el otro anuncio del ángel a José, lo que le haría comprender que el niño había venido con una misión, misión que le haría traspasar su corazón por una espada en repetidas ocasiones a lo largo de la vida de Jesús. Por eso dice la Escritura, que Ella guardaba todo esto en su corazón.
Para el creyente lo que viene de Dios aunque no lo comprenda lo tiene que aceptar y guardar en el corazón; no son sólo recuerdos, son sentimientos que conmueven los cimientos de una vida.
Después del encuentro, guiados por el Espíritu Santo, se abrazaron y como no podía ser de otra manera, regresaron a Nazaret para seguir la vida como una familia normal. Hoy que es el Día de la Familia, nos ha de servir para que aquellos incidentes que alteren su normal funcionamiento, se reconduzcan y hagan volver la normalidad.
Ahora entramos de lleno en el núcleo de la familia adulta. Cuando hablamos de tensión, desavenencias, discusiones y rupturas en una familia es porque las cosas, los asuntos y todo lo demás no se tratan con amor. Parece una obviedad pero la realidad es bastante distinta, ya puede tratarse de una familia normal en la que ninguno de sus miembros se jacten de ser lenguaraces, desobedientes, gamberros, bebedores drogadictos, imperfectos como somos todos, si no hay amor, comprensión y comunicación, puede parecer una familia de sonámbulos, de zombis, todo es apariencia, nadie habla con nadie, nadie se disculpa nunca, nadie perdona, y lo curioso del tema es que todos creen llevar razón en su actitud; se comportan así o asao según lo exija el ambiente; y casi llevarían razón.
En un ambiente frío e indiferente, las reacciones son frías e indiferentes. Y la verdad es que nadie tendría toda la culpa y sí todos un poco y quizá algunos un poco más. Voy a decir algo en lo que creo radica parte o la solución del problema. Yo soy capaz de asegurar sin temor a equivocarme, que en una familia por raros y grotescos que sean sus miembros, no entre ellos, pero sí para la calle, si el hijo dice a la madre: cuanto te quiero mami, eres la mejor del mundo, o la madre al hijo le dice lo mismo, y la hija le dice al padre: no seas gruñón que te pones muy feo, yo te quiero mucho y no me gusta que te enfades; si existe este intercambio de frases u otras similares, son imposibles las desavenencias y las peleas. Los padres se derriten cuando los hijos les dicen esas cosas, y los padres si lo dicen, los hijos igualmente se ablandan. Sólo son frases de gratitud, de confianza, de comprensión, en definitiva son frases cargadas de amor, porque no hay mejor cosa que ser hijo y ser padre, ambos se complementan, ambos se necesitan. Una familia unida es envidiable: cuando se ríen, cuando se abrazan, cuando se besan. Se alegran de verse y se entristecen cuando se separan; es maravilloso ese modo de compartir sentimientos: alegrías y tristezas.
Muchas veces el dinero o el egoísmo es causa de separación, de poca unión, de una unión aparente, no real. Yo tengo una madre extraordinaria, he tenido un padre extraordinario, que quienes los han conocido a los dos, lo saben; tengo unos hermanos extraordinarios, y he tenido una hermana más extraordinaria aún que todos nosotros, pero, ahí está el problema, solo mi hermana que ya ha fallecido, ha sido la única que ha sabido manifestar mejor el amor hacia los demás, hacia la familia. Por eso soy tan rotundo, porque tengo experiencias propias y por eso sé que si practicásemos un poquito las enseñanzas de nuestro Dios y de nuestro Señor Jesús, estoy seguro que las relaciones de familia serían una balsa de aceite.
Y ahora generalizo: el dinero se debería utilizar para que ayudara a amar más, no como barrera para crear distancias, buscando vivir la vida propia sin injerencias de nadie, así caemos en nuestro propio error, la medicina de nuestro aislamiento nos ha endurecido nuestro corazón y nos lo ha dejado helado; para que este hielo se derrita se necesita el empleo de esas frases que indicaba arriba, pero esas frases no sabemos ya pronunciarlas y los otros miembros de la familia con los que nos relacionamos tampoco las saben pronunciar, la frialdad acaba de hacer acto de presencia. Todo esto nos sucede porque hemos invertido los valores. El cariño ha dejado de ser importante en la familia, el amor ni te cuento, el amor solo queda relegado a las novelas rosa, parece que avergüenza hablar de amor en la familia y no debemos olvidar que es el núcleo de la convivencia pacífica y feliz.
Aunque la mayor responsabilidad recae sobre el padre, la madre, también tiene mucho que decir en la educación de los hijos, y los hijos han de ser también amorosos con los padres y agradecidos, luchando al unísono por el objetivo familiar. Si los padres tienen un plan para la unidad, el crecimiento y progreso de la familia, los hijos deben ayudar a que esas estructuras del plan se fortalezcan y permanezcan; no por el hecho de que los hijos estudien o trabajen, los valores que los padres quieren inculcar haya que dejar que se desmoronen y permitir su destrucción.
Todo se dispersa cuando no hay valores que defender, practicar y gozar, en este caso todos buscan individualmente su porvenir, sin importar la situación de los demás. Esas son unas formas de vivir, pero yo no estoy orgulloso de haber vivido así en ciertas etapas de mi vida, en muchas otras las he vivido como a mí me gusta, expresando más espontáneamente mis sentimientos y con mayor cercanía hacia los míos y hacia los demás. Eso me ha llevado a conocer situaciones distintas y poder valorar hoy, con el paso del tiempo, cuando estaba en un error y cuando estaba en lo cierto. Yo creo que hay familias que sin ser muy religiosas viven en esa cercanía y en ese amor.
Aunque el amor no es patrimonio de la Iglesia, en ella sí se enseña. Sobre todo, en la Biblia, donde la Iglesia fundamenta su fe; se puede conocer el amor de Dios de manera viva y directa y la Iglesia ayuda en esa formación. Dios, por amor nos ha creado, pero como buen padre es el primero que nos enseña los valores que conducen a la felicidad. Uno de ellos es amar a todas las personas, nos enseña a permanecer en disposición de ayudar a todos, si lo hacemos, revertirá en nosotros otro día.
¿Hay algo más hermoso que ver acudir cada domingo a misa a unos padres con sus hijos o con sus nietos? Me parece que no. Los niños que crecen sintiendo en sus corazones el amor de Dios, que día a día se ven impregnados del conocimiento y la voluntad del Señor, son niños que viven para la paz y no admitirían otra manera de ser. Para que todo esto suceda, los padres han de ser un ejemplo de vida y un ejemplo de amor para ellos, en un ambiente de entrega mutua, de comprensión y de felicidad, agradeciendo al Señor permanentemente los dones recibidos.
Los padres, que por alguna causa no vivan en esta cercanía o sintonía con hijos o nietos, bien por la distancia, bien por otra concepción de la fe, no deben preocuparse, todo eso también está contemplado en el pueblo del Dios. En este caso, rezar siempre por la unidad familiar y al menos mantener siempre los lazos de amor entre todos los miembros de la familia.
Nadie hemos elegido venir a este mundo, sería ingrato que nos tratasen mal nada más aparecer; no hemos elegido nacer, por eso debemos ayudarnos unos a otros y hacernos la vida más grata. Si debemos hacerlo con nuestros convecinos, cuanto más con nuestra familia. Otro de los valores es ser conformista, tratar de sacarle partido a las cosas que tenemos y no vivir en permanente frustración luchando por conseguir lo que no tenemos. Debemos dar más valor al ser que al tener.
Y volviendo a la familia, algo que Dios valora mucho es la compasión que un hijo debe tener con su padre cuando este ha perdido todas sus facultades y el hijo está en plena forma, esa plenitud ha de emplearla en sostener al que ya por vejez no puede ni andar solo. Cada circunstancia requiere una donación. De la misma manera que el capital humano, intelectual y económico de los padres es trasmitido a los hijos a lo largo de la vida, al final de ella los hijos debemos trasmitir a nuestros padres apoyo, cariño y agradecimiento eterno, a Dios y a ellos: por su voluntad y cuidos les debemos la vida y eso no tiene precio Eclesiástico 3, 2-6-12-14
En este capítulo vemos la calidad humana de Dios, como nos trata, nos orienta y nos alienta a vivir así; en la esperanza de vivir un día la plenitud del amor Salmo 127, 1-5 Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Dios nos recomienda que seamos comprensivos, humildes, bondadosos, dulces y, especialmente misericordiosos. Dios nos perdona permanentemente y quiere que nosotros nos perdonemos también; la comprensión y la bondad con nuestros semejantes y nuestra familia, en primer lugar, nos llevará al perdón. Intentemos corregirnos en todo momento y tratemos de corregir a nuestros familiares más cercanos, siempre con una intención sana. En este capítulo nos habla Dios de la autoridad del marido, quizá ajustada al contexto en que se dijo, que todo aquello que se haga bajo un principio de amor y buscando el bien de aquel al que se corrige o educa siempre es lícito. Si Jesús que siendo el Hijo de Dios vivió bajo la autoridad de sus padres, nosotros que somos unos simples mortales debemos hacer lo mismo Colosenses 3, 12-21
Por el amor que desprende la persona de Jesús, a todos nos gustaría conocer su vida de cabo a rabo, pero eso no es la razón de su venida, perderíamos el tiempo en discusiones innecesarias. Jesús ha venido a dar a conocer el Evangelio de Dios, con la esperanza de que sirva para nuestra salvación, con el previo perdón de nuestros pecados y el anuncio de otra vida después de esta.
Así conoceremos la grandeza de nuestro Dios, su magnanimidad, y su excelso proyecto para que el hombre goce de su existencia, lo que empezó en el Jardín de Edén. Dios quería algo grande para nosotros, y al final lo tendremos. Adorémosle por los siglos de los siglos. Nadie se acercó ni por asomo a este gran merecimiento. Sintámosle dentro y vivamos para Él Lucas 2, 42-52
Reflexión: